Lo que esta obra perdió por “querer ahorrar” (y cómo evitarlo tú)
- Enrique F Gonzalez
- Nov 20
- 3 min read

Hace algunos años nos invitaron a participar en la construcción de una residencia de gran escala en la zona de Carretera Nacional. El cliente ya contaba con un diseño elaborado por otra oficina, algo que en IDEAS EFG hacemos con frecuencia, integrándonos como constructores o ejecutores de proyecto.
Este cliente había tenido varios acercamientos con otros constructores y recibido cotizaciones que consideraba demasiado altas. Convencido de que existía una manera de “ahorrar dinero” si encontraba una forma diferente de ejecutar la obra, nos buscó con la idea de implementar un esquema más flexible.
Cuando llegó con nosotros, pidió que, utilizando nuestro Método de Transparencia, elaboráramos una propuesta para la obra gris. Lo hicimos con números claros, respaldados por análisis de precios reales. Sin embargo, el cliente la rechazó por considerarla “muy alta”. Desde ese momento quedó claro que el punto de partida no era un presupuesto basado en costos reales, sino una cifra arbitraria que él quería imponerle al proyecto.
Para acercarnos a su expectativa, propusimos alternativas reduciendo los alcances. Así terminamos en un esquema donde ellos elaboraban su propio presupuesto, mientras que nosotros solo fungíamos como administradores.
Los problemas comenzaron desde el inicio.
El movimiento de tierras costó 30% más de lo estimado por el cliente.
El concreto salió 20% arriba de su cálculo.
Y, partida tras partida, el presupuesto improvisado empezó a desbordarse.
Pronto el desgaste no fue solo económico. Durante el proceso de obra, los clientes comenzaron a tomar decisiones “en campo”, sin comprender del todo el diseño original ni el costo que implicaban sus modificaciones. Querían ajustar materiales, acabados o incluso fachadas sobre la marcha, con base en percepciones momentáneas más que en planeación.
El proyecto avanzaba, sí, pero a costa de una enorme tensión emocional para los clientes.
Cuando propusimos retomar las siguientes etapas : obra blanca y acabados, bajo nuestro método integral, la respuesta fue la misma: preferían seguir con su esquema, contratando proveedores “de confianza” y pidiendo que nosotros solo supervisáramos la administración.
El resultado fue un caos anunciado.
Cada proveedor llegaba sin tener claros los alcances.
Las decisiones se tomaban tarde, sin coordinación ni visión global.
Y los retrabajos se multiplicaban.
El ejemplo más claro fue la cocina.
Primero se ejecutó la guía mecánica con los planos originales.
Luego, un rediseño cambió toda la distribución y hubo que ajustar en obra.
Más tarde llegó un nuevo plano de carpintería, que exigió modificaciones adicionales. Cuando ya el yeso estaba colocado.
Al final decidieron cambiar electrodomésticos, lo que implicó nuevas alteraciones eléctricas, hidráulicas y de gas.
Cada cambio traía demoliciones, costos extra y más retrasos.
A lo largo del proceso insistimos en regresar al método integral de diseño y construcción con planeación real, definición de alcances y costos transparentes. Pero el cliente, convencido de que “ahorraba” al limitar nuestra participación, continuó tomando decisiones sobre la marcha, sin permitirnos intervenir estratégicamente.
Al final, lo que parecía un ahorro terminó siendo un gasto mucho mayor.
Sobrecostos, tiempos extendidos y un desgaste emocional evidente marcaron la experiencia.
Y aquí surge una reflexión necesaria:
Cuando un cliente desconfía del gremio y cree que puede sustituir la experiencia por intuición, termina pagando el precio, en dinero y en tiempo.
Comparar proveedores es sano, pero hacerlo sin planeación y a contrarreloj nunca da buenos resultados.
El verdadero valor de una constructora confiable no está solo en ejecutar, sino en anticipar errores, dar certidumbre y ofrecer una cotización sustentada en conocimiento y experiencia.
Como solemos decir: si tienes un problema legal, no le dices al abogado cómo armar el caso. En la arquitectura y la construcción pasa lo mismo. Si el profesional te explica por qué ciertas decisiones funcionan y otras no, ahí radica el valor de contratarlo.
Este proyecto dejó una lección clara: ahorrar en dirección y gerencia no es un ahorro real. Un diseño arquitectónico sólido y una buena administración evitan perder lo más valioso en cualquier proyecto: el tiempo, la inversión y la tranquilidad.
Entonces, te pregunto:
¿Prefieres un presupuesto “a modo” que prometa ahorros inmediatos, o un proceso transparente que garantice que tu inversión se transforme en una residencia de lujo bien construida, sin improvisaciones?




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